El fallecimiento de Isabel II del Reino Unido ha traído una ola de mensajes, reacciones y ceremonias que tapizaran los medios de comunicación y las redes sociales por varios días. Desde comunicados protocolarios y emotivas despedidas, hasta críticas e insultos a la mujer que fue testigo de grandes eventos mundiales, y que deja un legado difícil de igualar para sus sucesores. A nosotros, como público, nos llevará bastante tiempo el entender el pedazo de historia que ha muerto.
Isabel II deja un enorme vacío, y probablemente, una importante pregunta: ¿deben seguir existiendo las monarquías? Es una forma de gobierno cada vez más cuestionada, criticada, y en algunos casos, hasta castigada. En un mundo donde cada vez tenemos que luchar más y más por conseguir nuestros objetivos, el número de personas que está en desacuerdo con el “derecho divino” que ostentan estas personas, completamente alejadas de la realidad, aumenta considerablemente. Lo opuesto sucede con los países monárquicos, que han ido disminuyendo (de aproximadamente 27 que existían en Europa en el siglo XVII, hoy en día quedan 10, con diferentes poderes y privilegios).
Los tiempos han cambiado, y nos tenemos que ir adaptando. Con el internet, los teléfonos celulares y las redes sociales, hay instituciones que han perdido su manto omnipotente. Después del escándalo de ser asociado con Jeffrey Epstein, el príncipe Andrés de York ha desaparecido del ojo público. El príncipe Harry, hijo del rey Carlos y Diana, princesa de Gales, renunció a la monarquía hace un par de años. Su esposa, la actriz Meghan Markle, ha hablado frecuentemente de los problemas que vivió al formar parte de la realeza.
Y bueno, si de escándalos hablamos, la gran sombra que nunca pudo escapar Isabel II fue el fallecimiento de su nuera, Diana Spencer, mejor conocida como Diana de Gales, apodada cariñosamente como Lady Di. Si el río suena, es porque agua lleva, y muchos sospechamos que su muerte fue consecuencia de un atentado planeado por altos mandos de la realeza británica, ya que no estaban de acuerdo en cómo llevaba su vida después de divorciarse del entonces príncipe Carlos. Son varias circunstancias extrañas las que envuelven ese suceso, y probablemente nunca sabremos la verdad.
Con estos precedentes, parecería que los reyes y reinas del mundo tienen las horas contadas. Líderes como Barack Obama, Justin Trudeau y Nayib Bukele, elegidos por la mayoría de sus respectivos pueblos, se han acercado más a sus gobernados. Son humanos, al igual que ellos. No son perfectos, y no pretenden serlo. No son eternos, y pueden ser castigados electoralmente (su facción política) en base a su desempeño. Suena a algo mucho mejor que a una autoridad vitalicia que hace y deshace a su antojo, cuyo mérito es compartir ADN. Obviamente no les va a gustar, ¿pero saben qué? Qué coman pastel.